27.5.15

Mi casa: Dulce Olivia





En el anuncio de una inmobiliaria la encontré. Es grande, blanca, con un clóset enorme, un sótano, una cava y una biblioteca. Nada de eso fue lo que me produjo la sensación de cercanía, nada me hizo soltar un suspiro. Quedó decidido al ver una enorme jacaranda en medio del jardín, de manera inevitable, tal vez por la jardinera circular en la que estaba, me recordó al limonero de mi abuelo. Uno que mi imaginación dice que plantamos juntos, aunque yo sólo lo haya visto crecer. Quedó decidido en ese instante: ésa era mi casa. Aun cuando la habitaran extraños, aun cuando la fachada fuera fría y hostil, aun con todos los imposibles. 

La encontré entre calles empedradas y ése mismo día llovió. Él me dijo que nos fuéramos. La casa de la contra esquina llena de historias lo atrajo como un imán, pero yo sólo quería la jacaranda. Él prefería Italia y mi París. Yo siempre mucho más liviana. Las promesas se rompieron, las rompí en una noche, con una llamada. Sus palabras aun resuenan con esas frases "Tendrás la Dulce Olivia", "Pintaremos en el Sena". "Tendrás tu taller en Montparnasse", "Espérame, quiero Roma contigo". Después sólo quedó el sillón y la casa vacía, como mis manos y mis venas. La cámara como aliada, la no presencia, el desvarío de las decisiones que se toman por la madrugada, para que al final, sobre todos los colores, quedara la voz tan gris de un "Tal vez allá nos encontraremos." 

Aun sigue en esa calle sureña, nunca la he visto con las puertas abiertas. Volví a ir con un café en la mano y la mirada perdida en la sombra de sus árboles. Tal vez mi casa Dulce Olivia sólo sea un espejismo, una premonición. Tal vez fue un salto para encontrar, de una buena vez, mi hogar.







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